viernes, 12 de febrero de 2016

INSTRUCCIONES PARA ENTESAR UN ARCO



Mi vista desviste la delgada vara que mis dedos abrazan, mi dedo anular y el meñique se posan de un modo particular, horizontales. El dedo medio y el índice están ligeramente doblegados, inclinados como las espigas con el aire por las tardes a los últimos rayos de sol. El pulgar se mantiene firme debajo de ése pedazo de madera inclinado, la vara vertical lo cubre de manera recíproca. El talón del arco brilla como estrellas en el cielo en una noche despejada, el talón está unido a la vara delgada de madera, del lado inferior y del lado superior están ensamblados a unas finas cerdas suaves blancas, unidos de ambos extremos al inicio y al final, como dos caminos que se bifurcan. Quisiera separar y contar cada cuerda, tan suave, tan delgada, exquisita al tacto. La iluminación nos visita y las cuerdas despiden una tonalidad especial, ni tan blanca ni tan gris, única y propia de sí. Su aroma me eriza la piel, de algún modo me conecta con él. El arco entesado y mi vista agradecida por presenciar la escena, mi oído al escuchar y mi tacto al sentir algo tan bendito, me vierte la piel y me acelera el pulso cardiaco, que hace magia con sólo chocar las cuerdas con el arco, como al chocar dos piedras, fuego.

Ése pedazo de madera bien pulido y barnizado, culpable de mis fantasías auditivas, con clavijas horizontales, con escotaduras inclinadas, con calados que modelan en su superficie lisa, el puente pequeño empolvado marcado por las cuerdas que cubren al artefacto de ciertas partes, justo abajo el cordel sensualmente negro y lustroso que cede a una forma curva, donde mi mentón comienza a ser parte de ése pedazo de madera bien pulido y barnizado que de algún modo, con ésa vara delgada, bien abrazada por los dedos y las cuerdas bien enceradas por la brea, produce los sonidos más perfectos y deleitables para todo oído sobre la tierra.

Nadie entiende jamás a la música. No se entiende, ni se traduce, se siente.

Itzel Rosas Caballero
PEZ DIAMANTE