martes, 19 de julio de 2016

EL ÁRBOL SABIO

El cielo se pintaba de un tono gris, una mañana de Domingo. Un viejo alegre se encontraba en la habitación gigante que se le había otorgado muchos años atrás. Al despertar su alborozo desapareció y su corazón sintió temor, porque al fin, después de tanto tiempo, sentía la gran necesidad de compartir su sabiduría, él comenzaba a creer que ya nada más le cabía dentro.

En este tiempo, la educación no era un regalo que se le diera a cualquiera, de hecho sólo se les daba a cierta gente de clase alta y a toda persona que habitara en el templo. Éste era un templo importante, las personas acudían a él solamente para ver a los afortunados haciendo lo actividades como hablar, escribir, cantar.

Nadie sabe quién les otorgó esos privilegios, pero miles de personas ardían de envidia, era justificable puesto que todos querían ser algo más que un “insignificante campesino” o era así como se calificaban a ellos mismos.

Todo esto comenzó a recordar el viejo hombre y sintió una notable tristeza que le empezaba a comer su ser. Él había jurado y hasta firmado un acuerdo que decía que estaba estrictamente prohibido compartir todo ese misterio, toda esa inteligencia que poseerían en un futuro. Tenía miedo, sabía de memoria las consecuencias, sus manos temblaban de manera inquietante, siempre era así. Sin embargo ese día, logró quitarse las ataduras de las manos, estaba a decidido a compartir su conocimiento, como diera lugar.
Tomó un largo papel de su mesita de noche, después entintó su pluma y escribió:

Querido pueblo: Les habla el viejo Samuel. Sé que ha pasado mucho tiempo Y aunque está contra la ley, quiero que uno de ustedes sea mi compañero, quiero que sepan que el elegido recibirá mis conocimientos. Para esto, los interesados únicamente, deberán presentarse dentro de dos días en el templo, entre los postulantes elegiré a uno.
Sin nada más que decir, me despido deseando que tengan un buen día.

Después de eso pegó en una pared que se encontraba en el centro de la ciudad, para que todo el pueblo lo leyera.

En ese momento apareció Sol, una chica simpática. Ella se acercó al papel y leyó cuidadosamente. Se quedó atónita, no lo podía creer. Era algo que revolucionaria al mundo, algo inédito. Comenzó a llorar, sus lágrimas caían en su vestido beige y sus manos tocaban sus coloridas mejillas que empezaban a tornarse de un tono pálido, y cuando al fin pudo contener sus sentimientos, fue entonces que, para llamar la atención gritó:
-¡Hey! ¡Tienen que ver esto! Es increíble.

La gente que estaba alrededor comenzó a amotinarse para descubrir las palabras que escondía aquel papel.

La noticia llegó hasta los lugares más recónditos del pueblo. Inclusive a los oídos del virrey, el cual, rotundamente estaba en desacuerdo, sus ojos echaban lumbre a todo aquel que se le cruzara en frente. Eso significaba rebelión o algo parecido, no dejaba de imaginarse cosas desagradables.

Imaginándose tan trágicas situaciones, optó por ordenar a la autoridad civil la aprehensión de aquel viejo hombre que interrumpía el orden social.

Al día siguiente Samuel iba a salir a hacer compras, en cuanto puso un pie fuera del templo, incontables miradas de la autoridad civil le observaban con recelo. Entonces el viejo lo entendió, no estaba a salvo afuera, miró su entorno lentamente, lanzando miradas de pena y tristeza, decidido, el hombre  cautelosamente volvió a colocar su pie dentro del templo.

El templo tenía poder siendo uno por completo, más dejaba de serlo, si sólo uno de miles tenía una idea diferente, siendo así, su decisión no tenía peso.

A unos kilómetros más lejos, esa misma tarde el padre de Sol  trabajaba las tierras con gran brío, como todos los días, todo iba rutinario, hasta que apareció aquel hombre.
-¡Hey! He oído que tu hija planea gastar su tiempo libre en ser sabia.
-No sé quién se lo ha dicho.
-¡Ja ja! ¡Si supieras! Aquí, en este pequeño lugar todos los rumores corren y más si se trata de una noticia de esa magnitud.
-Por esa parte, creo que es inútil contarlo.
El hombre acercándose bruscamente a él, le contestó:
-¡Mira Sebastián! Tienes que llevarme con tu hija, tengo una propuesta muy interesante y si no lo haces ¡te quedas sin trabajo! Con lo difícil que es conseguir uno con salario…
-No me importa, no lo haré.
El hombre lo tomó por el brazo y susurrándole en el oído le dijo:
-Si no lo haces te quitaré lo poco que te queda de tierra ¡ah! y también te quitaré la vida, y si te la quito, tu familia se muere de hambre por la desgracia de ser mujeres.

Tenía razón en ese lugar las mujeres tenían poco  valor. El padre de Sol se quedó en silencio y lo único que pudo notar del otro hombre al alejarse, fue el arma que llevaba consigo.

Sol y su madre preparaban los alimentos cuando oyeron la puerta abrirse violentamente. A quien se encontraron fue a Edén en compañía de su desgraciado jefe, el cual lo tomaba por el brazo con poca amabilidad.

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-¿Qué pasa?-, preguntó Sol asustada.
Los ojos de su padre pedían una disculpa infinita y también expresaban una vergüenza absoluta. No podía dejar de mirar a Sol.
-¿Puedes tomar mi mano, pequeña?
Su hija asintió.
-Bien, sentémonos en la mesa-, invitó papá.
La familia cruzaba caras desconfiadas. Después de unos minutos de silencio, el hombre habló.
- Deveras siento haber entrado de esa forma, realmente yo no soy así, sin embargo me he visto en una situación forzoda, a mí también me presionan- suspiró.
Nadie estaba comprendiendo lo que quería decir. Así que prosiguió.
-De acuerdo, más que hablar con tus padres, quería hablar contigo. Tengo entendido que eres postulante para ser pupila de Samuel ¡y no me quieras mentir! ¡Todos lo saben! Así que, yo y otros más queremos pedirte algo, por nuestras vidas.
Sol apenas levantando la mirada respondió:
-¿Qué cosa?
-Queremos que… que sí, claro que entres y que sabotees los planes de Samuel.
Sol se quedó quieta, sus ojos se abrieron más de lo normal.
-¿Qué quiere decir?
-Lo que escuchaste, yo, el virrey, y otros más queremos que lo hagas.
-¿Por qué yo? No es justo.
-Cariño, la vida no siempre es justa, pero han hablado tanto de ti que te han escogido, y si no lo haces, tu padre sabe las consecuencias y en verdad no quiero repetirlas, él te contará.

Y con estas palabras el hombre se levantó de golpe y salió de la casa.
Pasados dos días desde aquella noticia, la muchacha se presentó en el templo. Las casas se hallaban bajo la sombra de la  enorme construcción que se alzaba imponente. Sol levantó su cabeza y apenas pudo percatarse de su increíble tamaño. Ya caminaba hacia la entrada, cuando ahí apareció Pedro, uno de los guardianes del templo, antes de que pudiera pronunciar un paso, Pedro la detuvo.

-Tú seguramente eres Sol. Sólo faltas tú, sin embargo, antes de que entres,  necesito que me digas tu nombre, los nombres de tus padres y otros ocho antecedentes a ti. Deben ser nombres completos ¡ah! Y tu dirección y localización.

-Parece ridículo.
-Sabes que las personas tienen prohibido entrar, sabes que este templo sólo se abre cada año para que la gente pueda visitarlo. Incluso se visita con ciertas restricciones. Sabes que nosotros elegimos quién pasa y quién no, no todos son merecedores de entrar y los que son, los conocemos, y si no los conocemos, a fuerza conocemos a algún integrante de la familia.

Sol resignada contestó, (esto le llevó unos cinco minutos) tenía que refrescar su memoria. Posteriormente ella entró y vio múltiples columnas y arcos impresionantes. Los recordaba, sólo que en ese momento la construcción le parecía aún más impresionante, casi no había gente y esto favorecía para apreciar mejor las cosas.
Interrumpiendo su concentración, Pedro le hizo una seña a Sol que indicaba que lo siguiera.

Llegaron frente a una gran puerta de madera, y abriéndola, Sol se incorporó dentro de la habitación. No era tan extraordinaria a como ella se lo imaginaba, aunque sí había lo necesario, pudo apreciar que, en el centro del cuarto había unas mesas que juntas creaban una media luna y sillas justo debajo de ellas. Y en la última esquina yacía su banca vacía, como esperando a ser habitada. Sol tomó asiento. La clase estaba por comenzar.

Samuel les repartió un libro a cada integrante del grupo. Todos lo abrieron instantáneamente y lo único que pudieron ver fueron páginas y páginas en blanco, sin embargo se podía leer en el titulo “Mente sabia”.

-¿Qué es esto? - Preguntó Samuel enérgico.
Uno de ellos contestó:
-¿Lo que somos?
-¿Alguien más?
-¿Acaso lo que sabemos?- dijo otro dudando.
Sol supo que tenía que actuar en ese momento, no quería que arrebataran la vida de su su padre, entonces dijo:
-Claramente se está burlando de nosotros.
-Eso no es de sabios- contestó el viejo riendo.
Los estudiantes se miraban confundidos.
-Quiero que dibujen lo que son-, pidió Samuel.

Los seis hombres, que eran de la clase, dibujaron campesinos y Sol y otras tres jóvenes dibujaron mujeres haciendo labores del hogar.

Samuel rió preguntando si en verdad eso era lo que eran, él no creía que ellos fueran eso, él más bien deducía que habían pintado lo que hacían. Las risas comenzaron a incomodar a los jóvenes, empezaban a desconfiar de la sinceridad de Samuel.

El viejo lo notó, no le tomó importancia, en lugar de eso pidió nuevamente que dibujaran lo que eran, sin embargo nadie supo qué hacer. Por lo tanto Samuel replicó:

-Si no saben lo que son ¿Cómo pretenden saber lo que quieren recibir? Me refiero a que ¿Cómo sabrán lo que quieren aprender? Si ni si quiera se conocen a ustedes. Bien, supongo que nadie se conoce en su totalidad, no obstante me preocupa la incógnita que tienen de sí mismos.
Los jóvenes no lo entendían muy bien, nadie les había dicho nada igual.
-Piénselo y nos vemos la próxima semana en el mismo lugar y a la misma hora.- El sabio salió despacio de la habitación.

Todos los  demás le siguieron los pasos, Sol fue la última en Salir. En eso, Pedro la detuvo nuevamente y le dijo:

-Deja de comportarte como una niña, mírate, tu aspecto es de 20 ¿Qué haces aquí? Márchate si no te gusta.
Sol no hizo caso, en lugar de eso lo esquivó y alcanzó a los otros para seguirlos convenciendo de la burla de Samuel. Hacer todo esto le causaba malestar, su cuerpo le pesaba al caminar, esa semana no quiso hablar, ni si quiera mirar a nadie, le costaba articular palabra y cada movimiento le estresaba.

La próxima semana, Sol  volvió al templo y vio que el número de alumnos había reducido, tres de ellos habían desertado, a ella le dio mucha pena aunque no pudiese aceptarlo.
Samuel al entrar se pudo percatar de lo que pasaba. Y con tranquilidad el viejo anunció:

-¡Vaya Sol! Al parecer tus palabras han colapsado más en el mundo de otros que en el tuyo. En fin, abran los libros en blanco.
Los alumnos obedecieron de inmediato. Samuel pidió que dibujaran lo que sabían pero uno cuestionó:
-¿Y si no sabemos nada?
-Sí, todos sabemos algo. Esfuércense. Les he traído libros en blanco porque ustedes crearan sus propios conocimientos y con estos  hay mucho que aprender. Créanme la sabiduría de la vida tiene más peso que las cosas materiales.

Todos dibujaron cosas  interesantes, Sol dibujó a su padre y hombres alrededor amenazantes.

Después de eso el viejo pidió que arrancaran las hojas en donde habían hecho sus dibujos e imploró que a esta hoja la hicieran bolita. Los muchachos estaban muy extrañados, no obstante hicieron caso.

El viejo los invitó a salir y los llevó a un patio, que más bien parecía un parque. Ahí les dio otras instrucciones igualmente raras.

-Por favor, mojen sus papeles, a su izquierda hay un grifo de agua. Seguido de eso, les voy a pedir que los entierren.
También lo hicieron así. Mientras tanto, Sol les decía a los demás que lo que quería el anciano que hicieran verdaderamente era que enterraran sus conocimientos para que nunca más salieran a la luz.
-Seguramente es un chiste-, opinó.
No lo era, el sabio se veía serio, sus arrugas estaban inmóviles.

En la siguiente clase el anciano los llevó al mismo patio, al introducirse los alumnos se quedaron impactados, pues en donde habían enterrado sus páginas, ahí, un pequeño árbol crecía. Los muchachos se acercaron para poder contemplar la vida más de cerca y en su análisis, pudieron descubrir que sus dibujos se habían grabado en las hojas de los árboles, sólo que estos eran diferentes, eran especiales puesto que no eran como ellos realmente los habían dibujado, no eran tan simples, parecían haber sido hechos por las manos de un profesional. Sol también pudo descubrir dos cosas muy interesantes. La primera, era que las hojas de los árboles de sus compañeros y las de ella no se movían, era extraño, porque los árboles que tenían más antigüedad sí vibraban, los de ellos eran los únicos que no lo hacían. Y lo segundo que notó, fue el color de los árboles, ella pudo percibir que su árbol era de un verde oscuro triste, mientras que el de los demás, estaban pintados con colores más vivos.

Samuel pudo ver la cara de Sol, se paró junto a ella y le dedicó unas palabras:
-El color representa el cómo te sientes. No se lo he dicho a los demás, y no se los diré, aún. Siento que estés pasando por tan malos momentos, de verdad-. El hombre se alejó después de haberle dado unas palmadas en la espalda.

La cara de Sol ensombreció, más no podía dejar de matar los objetivos de Samuel, no quería que su padre muriera.

Pasaron los días y Samuel les iba enseñando cada vez más cosas, algunas veces les enseñaba a escribir, otras a cantar e incluso hasta a danzar. Todos estos conocimientos se iban impregnando en los árboles. Cuando aprendieron a escribir, ya no sólo dibujaban, las letras se grababan en el tronco y en las ramas de los árboles. Mientras que los cantos podían ser escuchados dentro de los árboles, bastaba con acercarse y poner la oreja junto al árbol, podían ser  melodías interpretadas por cada alumno o podían ser canciones de alguien más. Era maravilloso. Con el tiempo los jóvenes pudieron comprender que cuando las hojas de los árboles se movían con el viento, era porque estaban danzando.

Los árboles eran como el alma de cada quien, ahí eran proyectados recuerdos, pensamientos, canciones, triunfos, errores. Estos últimos podían ser inspeccionados con detenimiento lo que ayudaba a solucionar los problemas con más sabiduría. Sin embargo estos seres de la naturaleza eran muy personales, no cualquiera podía ver lo que el propietario veía, a menos que el último lo aceptara. El autor del árbol podía dejar ver lo que él quería que vieran lo demás, así era como funcionaba.

Mas no todo iba bien, Sol había logrado convencer a muchos. Pasaban las semanas y algunos dejaron de ver a los árboles, esto era a causa de que ellos dejaron de confiar en las palabras de Samuel. Creían que habían sido saboteados y al final se iban enojados. Lo que ellos no sabían era que realmente sí existían. Otros simplemente dejaron de ir por no creer, no se creían merecedores, sentían más miedo que satisfacción.

Sorprendentemente Sol podía ver todas estas cosas, pues en su corazón lo creía con plenitud, y Samuel lo sabía, y por eso no la despedía por más que lo motivara su amigo Pedro.

Un día llegó temprano al templo, en seguida se dirigió al patio y se sentó justo al lado de su pequeño árbol. A éste le estaba costando crecer, mientras que a otros les iba mejor. Aun así a Sol le gustaba ver a esa pequeña creación, le hacía pensar mejor, las respuestas venían con más facilidad. Ella estaba mirando cuidadosamente, cuando Samuel apareció tras de ella. Tenía cara demacrada, nunca lo había visto así, a pesar de eso su semblante era de felicidad, sin embargo con esa aparente debilidad, él se esforzó para sentarse junto a ella. Después comenzaron a charlar, luego de unos minutos Sol logró sincerarse, Samuel al fin pudo comprender lo que le pasaba y le dijo que todo estaría bien. De alguna forma eso le motivó.

En la sesión próxima, Sol llegó normal, resignada y vencida, ya no quería luchar. Espontáneamente se sintió triste pues miró a su alrededor y notó que ya sólo quedaban dos personas aparte de ella. Esperaron media, una hora. Samuel no aparecía. Se estaban cansando. Sol empezó a hacer suposiciones hasta que se imaginó lo peor. Cuando cruzó ese pensamiento en su cabeza reaccionó, se levantó y corrió hacia el patio en dirección al árbol de Samuel. Lo que vio le hizo llorar terriblemente, vio un árbol apagado, seco, con miles de hojas caídas.

Los demás llegaron, ya iban comprendiendo lo sucedido. Pedro llegó derrotado y sin fuerzas y casi sin voz anunció:
-Samuel ha muerto.
-¿Qué pasó?
-Que ya tenía 90 años y su cuerpo pedía descanso, no sé por qué nunca se quejó.
 Sol se acercó al árbol mientras pasaban todas estas cosas y en la sección del saber, se encontró una hoja con un cuadro, era ella y sus padres felices. Sol se sorprendió y volvió a mirar, se encontró otra hoja que pintaba a Samuel caminando felizmente hacia un lugar. Esto la tranquilizó. Sol se puso a pensar, alguien le tocó el hombro y ella se volvió. Se parecía a Samuel.

-Lo siento, él era mi hermano, el virrey me había amenazado con matarle, no quería, pero no podía decírselo, porque no me hubiera hecho caso, hubiera seguido su proyecto y lo hubieran matado, tuve que recurrir a amenazas y todo se volvió una cadena infinita, hasta llegar hasta a ti. Y me siento mal, estoy arrepentido, perdóname.- El hombre soltó una lagrimas.

Sol también debía muchas disculpas, eso fue lo único que pudo deducir ante tal diálogo. No lo culpaba.

De repente las hojas del árbol de Samuel que estaban marchitas y caídas empezaron a volar con el viento, algo estaba sucediendo, las hojas se convertían en hermosas flores y se direccionaban a otro lugar no muy lejano donde habían otros montones de flores. Sol volteó hacia su árbol, también observó que una de sus hojas caía y se iba con las flores de Samuel.

Entonces preguntó:
-¿A dónde van?
-Es el cementerio, o como otros lo llaman “el olvido”. Ahí van las cenizas de los árboles de una persona que dejó de existir o de un recuerdo o pesar que desaparece.

Sol sonrió, de repente le pareció que su árbol crecía y que tomaba un color más tranquilo.
Desde ese día las cosas marcharon mejor. El pueblo y la gente del templo destronaron al virrey y lo castigaron con sentencia. Los demás sabios hacían memoria de Samuel practicando lo que él hacía, enseñando sus conocimientos a otros, el grupo crecía y crecía con cada año que pasaba y al fin, Sol, pudo dejar el rol de mala, se sacudió la suciedad y volvió ser ella misma, gracias a Samuel. La vida del Sabio había revolucionado claramente al mundo.

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CUÁN PEQUEÑA ES ISIS

Cuán pequeña es Isis. Casi del tamaño de un garrafón de agua, quizá unos centímetros más alta. Aún recuerdo aquel día en que empezó todo, ella estaba ahí, parada en algún lugar del mercado de sabores. No se alejaba de su lugar, sin embargo, esto no impedía que deslizara sus piernas un par de veces. Se había acabado todo lo que estaba en su plato, y solamente le quedaba esperar, mas sus ojos imploraban distracción. Para esto, tocaba cosas que estaban cerca, primero jugaba con su cabello trenzado, después con su vestidito color azul y en ocasiones movía sillas, incluso ya hasta se había  hecho un amigo que estaba muy cerca de su mesa. Esto la distraía un poco, hasta que “el pequeñin” desapareció  misteriosamente de su vista.  Isis aguardaba a lado de sus padres esperando a que terminaran su comida. A pesar de su actitud un poco desesperada, ella no se quejaba, no pronunciaba palabra y mucho menos gesticulaba.

Al ver que la niña estaba aburrida, sus padres la invitaron a que saliera a jugar al patio del mercado. Les resultaba fácil vigilar, pues  las puertas estaban hechas de cristal y se podía mirar tranquilamente a través de ellas. Y señalando le dijeron:

-Mira, Isis. Ahí está tu amigo, ve a jugar un rato con él, en lo que acabamos.

La niña aceptó sin más y se dirigió  al exterior. Cuando ya casi llegaba a lado de su nuevo amigo, vio, en esa misma calle, algo que le llamó la atención: era un hombre. Se encontraba en la esquina, junto a un semáforo; su cara estaba tiznada de negro al igual que sus manos, y su ropa estaba raída por los años. A cada momento el hombre tomaba una botella del suelo, se introducía un liquido extraño a la boca y lo contenía. Inmediatamente daba pasos apresurados ¿Sería para llegar a un destino? Así era. Llegaba a la mitad de la calle y se plantaba ahí. En su mano izquierda sostenía algo parecido a una antorcha, la colocaba  justo frente a él y entonces soplaba como un dragón. Una llama enorme se extendía y ascendía delante de sus ojos, los cuales reflejaban una intensa luminosidad. Llevaba a cabo este acto un par de veces, y después de unos segundos, se detenía. Su próximo movimiento, era hacer varias paradas junto a los automóviles, extendía su mano deseoso de recibir algo, lamentablemente pocas personas le daban lo esperado y otras apenas se atrevían a mirarlo. Era entonces que se retiraba frustrado.

A Isis le pareció maravillosa la escena, tanta emoción hizo que se fugara del lugar y corriera despavorida en dirección al hombre. Y cuando estaba junto a él, articuló unas palabras.

-Hola, señor. Muy buen espectáculo el que ha hecho.

El señor le respondió con indiferencia, su gesto expresaba inconformidad. Sin embargo, la pequeña volvió a insistir.

-Oiga señor ¿Por qué tiene la cara tan manchada?-. Ese comentario le pareció irritante.
-¿Qué no te parece? Esto que ves es la pobreza. Y creo que es muy probable que tú no la conozcas, puedo sacar conclusiones con tan sólo mirarte.
-¿Y qué es la pobreza?—preguntó.
-Lo sabrías con claridad si fueras un poco lo que soy yo, pero en fin. La pobreza es la necesidad.
-¡Oh! Entonces sí la conozco, la he visto en los ojos de muchas personas, pero es una pobreza más interior, aunque… Al parecer usted tiene un poco de las dos.

El hombre le lanzó una mirada airada y se alejó de ella para volver a hacer su espectáculo. Cuando acabó, la niña se encontraba aguardando su regreso para hacerle otra pregunta.
-Usted no hace esto porque le guste ¿Verdad?
-En algo tienes razón—contestó triste.
-Entonces venga conmigo, quiero llevarlo con mis papás.
-No, gracias.
-Y le doy los cincuenta pesos de mi domingo, por favor—insistió.

El hombre dudó un momento,  nadie le había dado tanto en tan poco tiempo. Al final aceptó.
La niña les traía una gran sorpresa a sus padres. Cuando la vieron junto a ese hombre tan raro, se quedaron pasmados. Estaban muy sorprendidos ante tal aparición. Su padre frunció el entrecejo y acercándose rápidamente, tomó a Isis en sus brazos y luego se alejó. No obstante, la pequeña pidió que la bajara y que la escuchara.

-Papá, este hombre no tiene trabajo. Se mete algo a la boca, lo que parece ser gasolina y luego hace fuego.
-Querrás decir parafina—replicó  el hombre de fuego.
El padre interrumpió diciendo:
-¿De qué hablas hija? Este hombre es peligroso, no te vuelvas a acercar a él.

El traga-fuegos se dio la media vuelta, disgustado, mas no le dio importancia, ya estaba acostumbrado a tan malos tratos.

La pequeña volvió a visitarlo cada que podía a pesar de la negación de su padre. Con el tiempo, sus padres comenzaron a comprender que ese hombre no era malo, sólo era pobre. Cuando al fin lo asimilaron, también querían ayudar. Un día el hombre le confesó a la niña algo que a nadie nunca le había dicho.

-Querida Isis, estoy enfermo. La otra vez un hombre se acercó a mi diciéndome que me veía terrible, y que era doctor, yo le creí por su aspecto. El médico se ofreció a revisarme y en su diagnóstico me dijo que mi hígado estaba dañado, puesto que la parafina se coló por mi garganta, estoy afectado. Me advirtió que si seguía practicando tal actividad terminaría muerto. Tú sabes que no lo puedo dejar, mi madre me abandonó cuando era pequeño, dejándome sin papeles, nadie me quiere contratar, mucho menos con este aspecto.

Cierta tarde el hombre vio llegar un extraño coche, estaba formado por varios tubos unidos y  tres llantas, era pequeño, muy parecido a un carrito de golf. Lo miraba curioso, cuando vio algo que le sorprendió en demasía, pues dentro se hallaba Isis al volante. Lo primero que salió de la boca del hombre fue:

-¿Qué es eso? ¿Tu triciclo?
-No—y hablándole casi con un susurro le comentó—es una máquina del tiempo.
El hombre rió a carcajadas y casi sin respirar dijo:
-¿Eso una máquina del tiempo? Niña, yo no tengo cinco años como tú, a mí nadie me engaña, de esas no existen.
-Claro que existen. Mi papá es científico y ha construido ésta, me dijo que sólo funcionaría y se usaría en casos necesarios, y yo digo que éste es uno. Súbase.- insistió.

El hombre tuvo que subirse a causa de tantas suplicas. Apenas cabía. Isis llevaba sobre su brazo un libro, iba a preguntar qué traía, cuando empezó a sonar el motor. Todo comenzó a vibrar repentinamente, la velocidad fue aumentando tanto, que se volvió difícil mirar. Cuando al fin paró la sacudida, el hombre intentó enfocar la vista en alguna parte, y cuando se le aclaró, vio algo maravilloso delante de sus ojos. Era la misma calle, sin embargo eran las fachadas de su juventud, las mismas casas se veían más jóvenes. El hombre quedó impactado. Su shock terminó cuando ella anunció: 

-Bienvenido a sus 20.
-¿Qué?—pronunció el hombre desconcentrado.
-Como ha escuchado ¡Tengo un plan genial! ¿Puede ver lo que traigo en la mano? Pues es el famoso libro “Destino” de Juan Pefezer. Supongo que lo conoce, mi papá dice  que es tan famoso que hasta las mismas ratas lo leen. Ha tenido éxito durante años. Usted va a presentarlo a una editorial como si fuera de su autoría. Con esto ya no tendrá que sufrir más.

-Niña, estás loca y ¿Qué hay con la vida del hombre?
-Él tiene muchísimos libros más, que son igual de buenos. ¿Sabe? Yo misma hablé con el autor, es amigo de mi papá. Le conté su situación. Y me dijo que estaba dispuesto a donar sus ideas y su libro con tal de hacer feliz a alguien.

El hombre miró a la niña, no parecía mentir. Le costó un rato aceptar el regalo. Los amigos entregaron el libro en una editorial famosa, y después visitaron al traga-fuegos del pasado para avisarle lo que habían hecho y para pedirle que se esforzara un poco más para alcanzar el éxito. El chico no estaba creyendo nada  hasta que recibió una llamada muy misteriosa, en la cual le pedían su presencia para hablar del libro. El joven resignado aceptó el trato, no sin estar confuso, pues creía que ya estaba loco.

La pequeña y el señor abordaron nuevamente el coche y regresaron a su presente. De repente el traga-fuegos vestía de traje y sus cabellos estaban relucientes. Él mismo se examinó de arriba a abajo. Después comenzó a saltar de felicidad diciendo:
-¿Ha funcionado?
-¡Sí! Ha funcionado—respondió la pequeña, entusiasta.
-Dios, siento que me llegan recuerdos de alguien más, oh, no sé por qué siento que mi casa es esa que está donde estaba el terreno baldío.

El hombre se acercó, revisó sus bolsillos y sacó unas llaves. Efectivamente, la llave había girado y abierto las puertas de un caluroso hogar.
El hombre ya no era más infeliz. La dicha visitó su casa, el fuego calentó sus pies y la comida lo empezaba a abastecer. Incluso tenía amor, tenía a Isis y a sus padres, a ellos nunca los olvidaría, estaba agradecido. Su lazo de amistad se volvió fuerte con el tiempo. Y su salud milagrosamente, comenzó a mejorar.