martes, 19 de julio de 2016

CUÁN PEQUEÑA ES ISIS

Cuán pequeña es Isis. Casi del tamaño de un garrafón de agua, quizá unos centímetros más alta. Aún recuerdo aquel día en que empezó todo, ella estaba ahí, parada en algún lugar del mercado de sabores. No se alejaba de su lugar, sin embargo, esto no impedía que deslizara sus piernas un par de veces. Se había acabado todo lo que estaba en su plato, y solamente le quedaba esperar, mas sus ojos imploraban distracción. Para esto, tocaba cosas que estaban cerca, primero jugaba con su cabello trenzado, después con su vestidito color azul y en ocasiones movía sillas, incluso ya hasta se había  hecho un amigo que estaba muy cerca de su mesa. Esto la distraía un poco, hasta que “el pequeñin” desapareció  misteriosamente de su vista.  Isis aguardaba a lado de sus padres esperando a que terminaran su comida. A pesar de su actitud un poco desesperada, ella no se quejaba, no pronunciaba palabra y mucho menos gesticulaba.

Al ver que la niña estaba aburrida, sus padres la invitaron a que saliera a jugar al patio del mercado. Les resultaba fácil vigilar, pues  las puertas estaban hechas de cristal y se podía mirar tranquilamente a través de ellas. Y señalando le dijeron:

-Mira, Isis. Ahí está tu amigo, ve a jugar un rato con él, en lo que acabamos.

La niña aceptó sin más y se dirigió  al exterior. Cuando ya casi llegaba a lado de su nuevo amigo, vio, en esa misma calle, algo que le llamó la atención: era un hombre. Se encontraba en la esquina, junto a un semáforo; su cara estaba tiznada de negro al igual que sus manos, y su ropa estaba raída por los años. A cada momento el hombre tomaba una botella del suelo, se introducía un liquido extraño a la boca y lo contenía. Inmediatamente daba pasos apresurados ¿Sería para llegar a un destino? Así era. Llegaba a la mitad de la calle y se plantaba ahí. En su mano izquierda sostenía algo parecido a una antorcha, la colocaba  justo frente a él y entonces soplaba como un dragón. Una llama enorme se extendía y ascendía delante de sus ojos, los cuales reflejaban una intensa luminosidad. Llevaba a cabo este acto un par de veces, y después de unos segundos, se detenía. Su próximo movimiento, era hacer varias paradas junto a los automóviles, extendía su mano deseoso de recibir algo, lamentablemente pocas personas le daban lo esperado y otras apenas se atrevían a mirarlo. Era entonces que se retiraba frustrado.

A Isis le pareció maravillosa la escena, tanta emoción hizo que se fugara del lugar y corriera despavorida en dirección al hombre. Y cuando estaba junto a él, articuló unas palabras.

-Hola, señor. Muy buen espectáculo el que ha hecho.

El señor le respondió con indiferencia, su gesto expresaba inconformidad. Sin embargo, la pequeña volvió a insistir.

-Oiga señor ¿Por qué tiene la cara tan manchada?-. Ese comentario le pareció irritante.
-¿Qué no te parece? Esto que ves es la pobreza. Y creo que es muy probable que tú no la conozcas, puedo sacar conclusiones con tan sólo mirarte.
-¿Y qué es la pobreza?—preguntó.
-Lo sabrías con claridad si fueras un poco lo que soy yo, pero en fin. La pobreza es la necesidad.
-¡Oh! Entonces sí la conozco, la he visto en los ojos de muchas personas, pero es una pobreza más interior, aunque… Al parecer usted tiene un poco de las dos.

El hombre le lanzó una mirada airada y se alejó de ella para volver a hacer su espectáculo. Cuando acabó, la niña se encontraba aguardando su regreso para hacerle otra pregunta.
-Usted no hace esto porque le guste ¿Verdad?
-En algo tienes razón—contestó triste.
-Entonces venga conmigo, quiero llevarlo con mis papás.
-No, gracias.
-Y le doy los cincuenta pesos de mi domingo, por favor—insistió.

El hombre dudó un momento,  nadie le había dado tanto en tan poco tiempo. Al final aceptó.
La niña les traía una gran sorpresa a sus padres. Cuando la vieron junto a ese hombre tan raro, se quedaron pasmados. Estaban muy sorprendidos ante tal aparición. Su padre frunció el entrecejo y acercándose rápidamente, tomó a Isis en sus brazos y luego se alejó. No obstante, la pequeña pidió que la bajara y que la escuchara.

-Papá, este hombre no tiene trabajo. Se mete algo a la boca, lo que parece ser gasolina y luego hace fuego.
-Querrás decir parafina—replicó  el hombre de fuego.
El padre interrumpió diciendo:
-¿De qué hablas hija? Este hombre es peligroso, no te vuelvas a acercar a él.

El traga-fuegos se dio la media vuelta, disgustado, mas no le dio importancia, ya estaba acostumbrado a tan malos tratos.

La pequeña volvió a visitarlo cada que podía a pesar de la negación de su padre. Con el tiempo, sus padres comenzaron a comprender que ese hombre no era malo, sólo era pobre. Cuando al fin lo asimilaron, también querían ayudar. Un día el hombre le confesó a la niña algo que a nadie nunca le había dicho.

-Querida Isis, estoy enfermo. La otra vez un hombre se acercó a mi diciéndome que me veía terrible, y que era doctor, yo le creí por su aspecto. El médico se ofreció a revisarme y en su diagnóstico me dijo que mi hígado estaba dañado, puesto que la parafina se coló por mi garganta, estoy afectado. Me advirtió que si seguía practicando tal actividad terminaría muerto. Tú sabes que no lo puedo dejar, mi madre me abandonó cuando era pequeño, dejándome sin papeles, nadie me quiere contratar, mucho menos con este aspecto.

Cierta tarde el hombre vio llegar un extraño coche, estaba formado por varios tubos unidos y  tres llantas, era pequeño, muy parecido a un carrito de golf. Lo miraba curioso, cuando vio algo que le sorprendió en demasía, pues dentro se hallaba Isis al volante. Lo primero que salió de la boca del hombre fue:

-¿Qué es eso? ¿Tu triciclo?
-No—y hablándole casi con un susurro le comentó—es una máquina del tiempo.
El hombre rió a carcajadas y casi sin respirar dijo:
-¿Eso una máquina del tiempo? Niña, yo no tengo cinco años como tú, a mí nadie me engaña, de esas no existen.
-Claro que existen. Mi papá es científico y ha construido ésta, me dijo que sólo funcionaría y se usaría en casos necesarios, y yo digo que éste es uno. Súbase.- insistió.

El hombre tuvo que subirse a causa de tantas suplicas. Apenas cabía. Isis llevaba sobre su brazo un libro, iba a preguntar qué traía, cuando empezó a sonar el motor. Todo comenzó a vibrar repentinamente, la velocidad fue aumentando tanto, que se volvió difícil mirar. Cuando al fin paró la sacudida, el hombre intentó enfocar la vista en alguna parte, y cuando se le aclaró, vio algo maravilloso delante de sus ojos. Era la misma calle, sin embargo eran las fachadas de su juventud, las mismas casas se veían más jóvenes. El hombre quedó impactado. Su shock terminó cuando ella anunció: 

-Bienvenido a sus 20.
-¿Qué?—pronunció el hombre desconcentrado.
-Como ha escuchado ¡Tengo un plan genial! ¿Puede ver lo que traigo en la mano? Pues es el famoso libro “Destino” de Juan Pefezer. Supongo que lo conoce, mi papá dice  que es tan famoso que hasta las mismas ratas lo leen. Ha tenido éxito durante años. Usted va a presentarlo a una editorial como si fuera de su autoría. Con esto ya no tendrá que sufrir más.

-Niña, estás loca y ¿Qué hay con la vida del hombre?
-Él tiene muchísimos libros más, que son igual de buenos. ¿Sabe? Yo misma hablé con el autor, es amigo de mi papá. Le conté su situación. Y me dijo que estaba dispuesto a donar sus ideas y su libro con tal de hacer feliz a alguien.

El hombre miró a la niña, no parecía mentir. Le costó un rato aceptar el regalo. Los amigos entregaron el libro en una editorial famosa, y después visitaron al traga-fuegos del pasado para avisarle lo que habían hecho y para pedirle que se esforzara un poco más para alcanzar el éxito. El chico no estaba creyendo nada  hasta que recibió una llamada muy misteriosa, en la cual le pedían su presencia para hablar del libro. El joven resignado aceptó el trato, no sin estar confuso, pues creía que ya estaba loco.

La pequeña y el señor abordaron nuevamente el coche y regresaron a su presente. De repente el traga-fuegos vestía de traje y sus cabellos estaban relucientes. Él mismo se examinó de arriba a abajo. Después comenzó a saltar de felicidad diciendo:
-¿Ha funcionado?
-¡Sí! Ha funcionado—respondió la pequeña, entusiasta.
-Dios, siento que me llegan recuerdos de alguien más, oh, no sé por qué siento que mi casa es esa que está donde estaba el terreno baldío.

El hombre se acercó, revisó sus bolsillos y sacó unas llaves. Efectivamente, la llave había girado y abierto las puertas de un caluroso hogar.
El hombre ya no era más infeliz. La dicha visitó su casa, el fuego calentó sus pies y la comida lo empezaba a abastecer. Incluso tenía amor, tenía a Isis y a sus padres, a ellos nunca los olvidaría, estaba agradecido. Su lazo de amistad se volvió fuerte con el tiempo. Y su salud milagrosamente, comenzó a mejorar.



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