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UN MÉTODO DE DESBLOQUEO
lunes, 17 de septiembre de 2018
domingo, 15 de julio de 2018
¡Escritura para todos!
Estremecedor ver hombres y mujeres ya en relaciones de poder y no en relaciones de dominio.
El deseo mueve montañas.
Por mi parte emprenderé con nuevos bríos mi campaña ¡Escritura para todos! que las instituciones anteriores tanto despreciaron.
En este gobierno alguien me va a oír y va a entender la importancia de la escritura del pensamiento en la construcción de prácticas autónomas de vida.
Y la sencillez con la que se puede lograr este proyecto. No es cuestión de dinero, es cuestión de organización, capacitación y ejecución.
Sin apoyo institucional, yo solita he logrado tanto, con apoyo institucional esto agregaría un poder extraordinario a la nación de pensadores autónomos y trabajadores conscientes que queremos hacer.
Una nación de pensadores autónomos.
Lo demás lo logra la fuerza del propio escribiente que al verse a sí mismo, al escucharse y ser escuchado en su palabra, renueva la construcción de sí mismo.
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¡Escritura para todos!
lunes, 22 de agosto de 2016
Los misterios del mar
Era una tarde soleada en la playa de Coatzacoalcos, una niña
solitaria, con lágrimas en los ojos y mirando hacia abajo, caminaba sin rumbo
cerca del mar. En su mente sólo albergaba el deseo de tener un amigo, alguien
que jugara con ella, que la escuchara y que la aceptara, ya que tenía miedo a
la soledad.
La niña solitaria cansada de caminar, se sienta en la arena,
tapando la mirada con sus rodillas para llorar en silencio. El sonido de las
olas y la brisa del mar salado, era lo único que podía escuchar. En ese momento
una voz femenina la llama, levanta la cabeza y voltea donde proviene la voz. Lo
primero que ve fue una concha redonda que tenía el dibujo de una flor. Sube la
vista para ver quién le extendía la concha. Era una niña de su edad, de cabello
negro y largo, su piel clara y tenía puesto un vestido azul con estampados
blancos, pero lo que más le llamaba la atención eran los ojos de la otra niña que
la miraba. Negros como la noche, no reflejaba malicia y le sonreía de forma
pasiva. La niña solitaria la miraba confusa, al parecer le estaba ofreciendo la
concha, decide tomarla y observarla más de cerca. La niña de ojos negros se
sienta a su lado y observa el mar.
Estuvieron en silencio por unos minutos, la niña de los ojos
negros saca de su bolsillo otra concha con el dibujo de una flor y la examina.
En ese momento para romper el silencio entre ambas decide hablar:
- Como te vi
llorando, pensé en darte esta concha para que te sintieras mejor- Dijo con voz
dulce.
- - Grac- gracias… -Contesta
la niña solitaria con timidez.
- -Oye, ¿sabías que
si encuentras una de estas conchas intactas, te pueden conceder un deseo?-
- -¿En-enserio?
–Contesta la niña solitaria, con timidez pero a la vez curiosa.
- -Sí, normalmente se
encuentran trozos de esta conchas, rara vez puedes encontrar enteras. Para que
tu deseo se escuche tienes que pedirlo delante del mar. Sujeta y frótala en tus
manos como un amuleto, pide tu deseo con todas tus fuerzas y el mar te
escuchará. Si ve que tus sentimientos son sinceros, te lo concederá.-
La niña solitaria escuchaba con asombro lo que le decía su
compañera, y con ojos brillantes miraba una vez más la concha. En ese momento
la niña de ojos negros se dirige a la niña solitaria:
-
¡Ah! Cierto, no me presenté cuando me
acerque a ti, mi nombre es Marella.-
- - ¿Marella? Ese
nombre nunca la había escuchado, ¿eres de aquí? – Pregunta la niña solitaria,
curiosa.
-
No, vengo de muy
lejos, pero suelo venir aquí cada verano de visita, disfrutando de la playa.
- - ¿Te gusta mucho la
playa?
- - Me encanta, en especial el mar, me gusta
jugar en la arena, recolectar conchas, construir un castillo y observar a los
cangrejos. En especial cuando cierro los ojos puedo escuchar el sonido de las
olas y de las gaviotas volando, es relajante y divertido–, contesta Marella con
voz alegre.
La niña solitaria, observa a Marella. Con voz triste le
pregunta:
- -¿Y tus amigos?-
- - No tengo amigos,
pero eso no me molesta. Siempre encuentro maneras de divertirme, pero hoy hice una
excepción. Te encontré llorando aquí y no me gusta ver a la gente triste, para
animarte, te di esa concha para que ambas pudiéramos pedir un deseo juntas en
el mar y después jugar hasta el atardecer ¿Qué te parece? – Marella contesta
con una gran sonrisa a su compañera. Pero la niña solitaria le contesta:
- -¿No te molesta
estar conmigo? Soy muy tímida y los otros niños no quieren jugar conmigo porque
dicen que soy rara.
- -No. Eso es lo de
menos, ahora estás conmigo y vamos a pasarlo bien.- Responde Marella con una
brillante sonrisa.
Ambas pidieron su deseo enfrente del mar, para luego ir a jugar
juntas. Toda esta tarde fueron momentos de alegría y risas para ambas. La niña
solitaria ya no se sentía tan sola, había encontrado a una amiga con quién
podía jugar. Conforme pasaba la tarde la niña solitaria se percataba de que
algo extraño le pasaba a Marella: en algunos momentos miraba distraída hacia el
mar, sumergida en sus pensamientos e inclusive cuando jugaban cerca de la
orilla, ella se acercaba al agua y miraba de un lado a otro, como si estuviera
buscando a alguien.
Cuando el ocaso estaba presente, las dos niñas estaban sentadas
en un tronco que habían encontrado en el camino para descansar. La niña
solitaria voltea donde estaba Marella, de nuevo sumergida en sus pensamientos,
al estar preocupada por su nueva amiga decide preguntar:
- -Marella… ¿sucede algo? Te he visto muy distraída
y en algunas ocasiones mirabas el mar con una expresión triste.
Marella miró a su amiga con una expresión triste:
- -Lo siento… - contesta
en voz baja.
- -¿Por qué te
disculpas? –, la niña solitaria tenía un sentimiento de inquietud y miedo de
saber los motivos del comportamiento de Marella. Sentía como si ocultara algo.
-
Ésta será la última
vez que visite esta playa, mi familia y yo tenemos que hacer un largo viaje,
quieren que conozca más este mundo y ayudar a las personas que lo necesitan en
los mares. Pero eso significaría que ya no podría verte más, me siento muy
triste en dejar a una amiga, ya que tú eres mi primera amiga.
La niña solitaria seguía escuchando a Marella, su temor se hizo
realidad; Su amiga se iba ir lejos para nunca volver, en su mente albergaba el
pensamiento de que estaba destinada a la soledad y a ser separados de sus seres
queridos para que ellos siguieran su camino.
Ambas decidieron terminar el descanso para caminar por la playa
por última vez. La niña solitaria seguía en shock por la última conversación
que caminaba en silencio, en ese momento ve que Marella no estaba a su lado y
voltea hacia atrás, para ver a su amiga parada a mitad del camino y
observándola con una sonrisa.
- - Pero ¿sabes?
Aunque fue poco tiempo que pasamos juntas, me divertí mucho, gracias a ti. sé
lo que se siente tener amigos, que hiciera recuerdos divertidos y alegres, de
ofrecerme tu amistad y confianza.
La niña solitaria sorprendida por dichas palabras, sentía que no
podía estar todo el tiempo callada, mientras que su amiga decía estas palabras
para animarla. En ese momento se acerca a su amiga y quita de su muñeca una
pulsera de piedras azules para ofrecérsela.
- -Quiero que tengas
esta pulsera, es un objeto importante para mí, pero por eso, quiero que mi amiga
que se convirtió en una persona importante lo tenga, así cuando te sientas
triste y nostálgica, lo veas y te acuerdes de mí.
Marella con lágrimas en los ojos y una bella sonrisa reflejada
en su rostro, le dice:
- -Escúchame, cuando
te sientas sola, cuando sientas que la soledad te consume, cierra los ojos,
escucha las olas y siente la brisa de la playa. Si logras escuchar una hermosa
canción proveniente del mar, eso significa que la diosa del mar te está
consolando y quiere decirte que tú no estás sola. Yo rezaré para que encuentres
un día la felicidad. Gracias Aída.- Agradeciéndole a su amiga pronunciando su
nombre por primera vez.
- -¿Cómo sabe-? – en
ese momento fue interrumpida por su amiga.
- - Lo supe desde el
principio, por eso no pregunté tu nombre. Se podía decir que puedo leer la
mente de las personas.
Marella agarra las dos manos de Aída con delicadeza y con una sonrisa
risueña se dirige a su amiga:
- -Aída, necesito que
me hagas un favor ¿Podías cerrar los ojos por un momento? Cuando logres
escuchar la canción de la diosa, podrás abrir tus ojos.
Aída le hizo caso a Marella y cerró sus ojos. Al principio sólo escuchaba
el sonido de las olas, pero poco a poco llegaba en sus oídos una leve melodía
en la lejanía, hasta llegar a convertirse en una bella canción. Aída no podía
creer lo que estaba escuchando, abrió los ojos para contárselo a su amiga pero
ya no se encontraba. Buscaba con la mirada de un lado a otro y ni rastro de
ella. En ese instante se escuchó una melodía por las aguas y ella vio a lo
lejos a un grupo de delfines que lo estaban observando. Entre ellas se encontraba
un delfín cría. En su pequeña aleta, lucía la pulsera de piedras azules que
había dado como presente.
viernes, 5 de agosto de 2016
SIMPLE
Viajé
sin descanso, a veces rápido a veces suavemente, cuando llegué a la ciudad
curiosee por todos lados, toqué todo a lo que me acerqué, seguía sin descanso
pasando por avenidas, parques plazas, callejones, campos deportivos, el tiempo
nunca me importó.
Me
encuentro en el centro de la ciudad cuando lo veo, es alto, fornido, guapo,
toco su suave piel, de inmediato lo abrazo con fuerza, es mío, lo disfruto.
Continúo
por la avenida principal, ella viene de frente ¡qué figura! ¡que rostro!
suavemente toco sus labios que me encienden, levanto rápidamente su vestido
para acariciar sus piernas sin sentir pena, pudor o recato, la acompaño unos
pasos para abandonarla e ir más rápido, así empiezo a correr por las diferentes
calles y avenidas, entro por las puertas y ventanas abiertas de oficinas y
comercios, me acerco a los suburbios para entrar a las casas que tienen
abiertas puertas y ventanas, al salir de la ciudad siento el ambiente cálido
que me da fuerza para correr por los campos.
Mi
velocidad se acrecenta, golpeo lo que se me pone enfrente no lo puedo evitar,
pronto siento un gran impulso con lo que empiezo a girar doblando yerbas y
ramas.
Mis
giros se hacen incontrolables levanto del piso basura, tierra, animales, vehículos,
casas.
Dentro
de mi torbellino giran los restos de todo lo que he tocado, a mi derredor lluvia
y granizo, sirenas. Por todos lados miedo desesperación y llanto.
Me
siento cansada ha sido una locura como siempre, voy aminorando mi ímpetu, a cada
avance mi fuerza disminuye por lo que abarco menos extensión, me estoy
debilitando pero continúo por montes y valles, bosque y praderas.
Ahora
casi sin fuerzas, en estos sembradíos voy desapareciendo hasta dejar sólo mi
última huella tan ancha como un hilo más ha quedado testimonio de mi paso por
el mundo.
muero,
pero estoy consciente de que empecé como una suave brisa-
BILLETES
La escalera por la que bajara casi a
tientas desaparecía bajo sus pies, ya que en su cabeza todo era confusión:
ruidos extraños, gritos, luces deslumbrantes. Las escenas se sucedían sin poder
discernir qué era real.
Por momentos un
frío terrible lo inmovilizaba haciéndolo temblar como si convulsionara, así que
con trabajos llegó al pie de la derruida escalera de la vieja y deteriorada
vecindad en la que vivía. Los vecinos con los que se encontraba se hacían a un
lado, lo que atribuía a su gran estatura que lo hacía impresionante. Tal hecho
era para él irrelevante, pues sólo pensaba en cruzar la avenida por el puente
peatonal elevado, llegar a la esquina y caminar media cuadra para encontrar al
Marranilla, quien le daría la dosis que lo haría sentirse inmejorable.
A su mente llegó
una escena que parecía acababa de suceder: él exigiendo dinero a su madre, ella
negándoselo. Siguieron gritos, golpes, patadas, todo se confundía con música
estridente, luces brillantes y multicolores; el salir de la vivienda y El
Marranilla esperando con su dotación.
Hoy será un buen
día, nada se interpondría, no como aquella vez que lo detuvieron para llevarlo
a una clínica de rehabilitación, de la que escapó a medio programa.
Dobló en la
esquina para lentamente avanzar soportando la tembladera por el frío, los
constantes dolores de cabeza y la depresión que le hace recordar la escena de
gritos, golpes, patadas, el robo de ahorros en la casa y al Marranilla que lo
estaría esperando. Llegó a la avenida con dificultad, luego al puente peatonal.
Nuevamente las personas con que se encontraba lo evadían o de plano huían para
alejarse.
Se revisó y sí,
estaba vestido, no como otras veces. Traía zapatos y a esa maldita depresión
acompañada de la temblorina e imágenes raudas y deslumbrantes; los recuerdos de
los aparentes golpes y patadas lo
hacían llorar constantemente.
Al encontrarse
sobre el puente más allá de la mitad de la avenida, todo se le juntó, al darse
cuenta de que sólo traía unos cuantos billetes que no cubrían lo que el
Marranilla exigiría; dio traspiés y cuando quiso asirse al barandal sólo vio
sus manos pasar de largo hacia el vacío.
Una anciana que
llegaba a lo alto de la escalera gritó aterrorizada al ver el cuerpo caer sobre
la cabina de un camión refrigerador; el chofer del camión repartidor escuchó el
fuerte golpe sobre su cabeza, luego el rebotar con el frente de la caja. Frenó
poco a poco debido al peso de la mercancía que transportaba, lo que lo llevó a
detenerse unos veinte metros adelante, al tiempo que vio pasar frente al
parabrisas el cuerpo del hombre que cayó al pavimento pesadamente cuando se
detuvo.
La anciana que
había gritado, bajó con una mano metida en la bolsa de su delantal, donde el
sudor mojaba terriblemente a unos cuantos billetes arrugados. Pese a los
grandes dolores en sus rodillas y otras dolencias físicas siguió avanzando
lentamente hasta llegar a la bola de curiosos que rodeaban al hombre caído;
terriblemente impresionada vio cómo se acercaba un policía para retirar a los
morbosos y así dejar campo libre al accidentado.
-
¡Abuelita,
por favor no se acerque! ¡Retírese, sólo es un accidentado!.
-
¡Por favor, sr.
policía!… ¡Es mi hijo!
Ejercicio 3: UN RECUERDO
Su menuda figura, su cara llena de
cicatrices de viruela, su poco cabello peinado en dos trenzas delgaditas que le
daban debajo de los hombros. Traía permanentemente en una mano su eterno
cigarrillo marca Alas, del que no aspiraba el humo sino le soplaba para conservarlo
encendido y en la boca un dulce duro de anís para mezclar el sabor del tabaco
con el dulce.
En
el corredor que se encontraba alrededor de su jardín cuadrado de
aproximadamente quince metros por lado, con una fuente redonda en el centro,
con su techo inclinado de tejas bien alineadas, pendían jaulas con pájaros:
zenzontles, jilgueros, canarios, primaveras y más, que con sus trinos
constantes y alternados hacían la delicia de los moradores y visitantes.
Una tarde a la
semana tomaba la abuela una sillita con asiento de tule y la colocaba junto a
la puerta de la cocina que daba al jardín. Sacaba su anafre para poner a los
nietos a encender la lumbre, para lo cual teníamos que ir a la cocina de humo,
tomar un poco de carbón de la carbonera, ponerlo en una caja, buscar hojas de
periódico y cerillos, llevarlos al corredor, colocar en la parte baja de la
charola del bracero los trozos pequeños de carbón, arriba unos más grandecitos,
en la parte inferior o boca del bracero meter papel periódico y encenderlo para
que la flama propicie la pequeña fogata, sobre la que se sentará la cazuela, en
la que la abuela preparará sus ates y dulces de leche.
Un festín de
aromáticas memorias se va entretejiendo: primero, el aroma del fósforo
encendido con su llama pegada al periódico, que rápidamente enciende
desprendiendo su aroma a papel quemado. Después, al tomar el aventador o
soplador ( especie de abanico grueso hecho de hoja de carrizo o bejuco) para
agitarlo enérgicamente a corta distancia de la boca del anafre hace un fuego
muy vivo que sube por la rejilla de la charola haciendo crepitar los pequeños
carbones, que a su vez encienden los trozos más grandes y desprenden su aroma
ocre, acompañado del inolvidable humo que inevitablemente hacía llorar. Al propiciarse un fuego vivo sobre el
que se ponían las cazuelas de mi abuela, nos manteníamos cerca, soplando a la
lumbre, agitando el aventador para mantener el fuego y percibir mejor los
aromas del arroz con leche, las cocadas, los ates de guayaba, tejocote o
membrillo y tantos olores más, todos diversos y característicos.
Cuando
la abuela se ponía por la tarde a hacer sus dulces sacaba un antiguo radio con
caja de madera, lo encendía para que entre ruidos raros y confusos pudiera
escuchar sus radio novelas. Así
oímos “Aníta de Montemar”, “El muro del odio”, “El derecho de nacer” y otras
tantas historias que con sus bien estructurados episodios nos embebían toda la
tarde y casi sin darnos cuenta pasaba el tiempo hasta la llegada del anochecer.
En todo el proceso había un momento muy ansiado: saborear los calzones de las
cazuelas. Tan deliciosa ceremonia consistía en cultivar la paciencia y esperar
a que se terminaran de envasar los dulces elaborados, para después saborear los
deliciosos sobrantes que quedaban al fondo de las cazuelas, que con el dedo
índice limpiábamos para chuparnos la falange de manera deleitosa.
Para esto, ya era
la noche y a alguno lo habían mandado por el pan: un peso de bolillos grandes,
que equivalía a diez más uno de ganancia, los cuales eran más del doble del
tamaño normal. Mientras tanto, los demás seguíamos escuchando el radio, según
el día de la semana: “Carlos Lacroix”, “Los catedráticos Forhans”, “El Dr.
I.Q.”, “El monje loco”, “Los aficionados”, “La banda de Huipanguillo”, “La hora
Azul”, “La policía siempre vigila” …
Y así como éste,
muchos gratos recuerdos más de la casa de la abuela…
EJERCICIO 2: Fotografía
por Eduardo Urbán
Cuatro poniente mil ciento doce. La
dirección está en el centro de la ciudad, fue fácil localizarla; la sorpresa
fue ver que se trataba del Mercado de los Sabores. Temiendo llegar tarde pasé
de prisa por la explanada que se encuentra invadida por cuatro contenedores de
ferrocarril: tres estaban cerrados y uno dedicado a la venta de libros, a cuya encargada me acerqué para
preguntar por el taller de lectoescritura. Ella me contestó:
- Son los sábados
de doce en adelante.
Entré en el
mercado y observé que varios puestos estaban desiertos, mientras los restantes
con muy pocos parroquianos. El suave calor y los aromas de la comida frita me distrajeron un momento:
garnachas, pescado, plátanos y quién sabe cuántas preparaciones más. Al ver que
el mercado no tenía un lugar apropiado para otra actividad que no fuera la
venta de comida pregunté por la administración y a ella me dirigí a pedir informes, pero nadie pudo brindarme
dato alguno, sólo me indicaron de manera desconcertada que fuera a los
contenedores a lo mejor ahí si me informarían.
Salí del mercado
junto con seis jóvenes que terminaron de comer y por lo visto muy opíparamente,
ya que balanceaban sus cuerpos al ritmo de sus pasos, limpiando sus dientes con
palillos y comentado animosos sus siguientes actividades del día; sus risas
contagiosas quedaron atrás. La tarde nublada anunciaba la lluvia inminente pero
ellos eligen por destino la casa de Pedro llegando a ella no importaría la
lluvia fue el comentario de una agraciada joven participante del grupo.
Seguían cerrados
los contenedores pero en uno de ellos estaban pegados los carteles de la
propaganda del taller...
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