La escalera por la que bajara casi a
tientas desaparecía bajo sus pies, ya que en su cabeza todo era confusión:
ruidos extraños, gritos, luces deslumbrantes. Las escenas se sucedían sin poder
discernir qué era real.
Por momentos un
frío terrible lo inmovilizaba haciéndolo temblar como si convulsionara, así que
con trabajos llegó al pie de la derruida escalera de la vieja y deteriorada
vecindad en la que vivía. Los vecinos con los que se encontraba se hacían a un
lado, lo que atribuía a su gran estatura que lo hacía impresionante. Tal hecho
era para él irrelevante, pues sólo pensaba en cruzar la avenida por el puente
peatonal elevado, llegar a la esquina y caminar media cuadra para encontrar al
Marranilla, quien le daría la dosis que lo haría sentirse inmejorable.
A su mente llegó
una escena que parecía acababa de suceder: él exigiendo dinero a su madre, ella
negándoselo. Siguieron gritos, golpes, patadas, todo se confundía con música
estridente, luces brillantes y multicolores; el salir de la vivienda y El
Marranilla esperando con su dotación.
Hoy será un buen
día, nada se interpondría, no como aquella vez que lo detuvieron para llevarlo
a una clínica de rehabilitación, de la que escapó a medio programa.
Dobló en la
esquina para lentamente avanzar soportando la tembladera por el frío, los
constantes dolores de cabeza y la depresión que le hace recordar la escena de
gritos, golpes, patadas, el robo de ahorros en la casa y al Marranilla que lo
estaría esperando. Llegó a la avenida con dificultad, luego al puente peatonal.
Nuevamente las personas con que se encontraba lo evadían o de plano huían para
alejarse.
Se revisó y sí,
estaba vestido, no como otras veces. Traía zapatos y a esa maldita depresión
acompañada de la temblorina e imágenes raudas y deslumbrantes; los recuerdos de
los aparentes golpes y patadas lo
hacían llorar constantemente.
Al encontrarse
sobre el puente más allá de la mitad de la avenida, todo se le juntó, al darse
cuenta de que sólo traía unos cuantos billetes que no cubrían lo que el
Marranilla exigiría; dio traspiés y cuando quiso asirse al barandal sólo vio
sus manos pasar de largo hacia el vacío.
Una anciana que
llegaba a lo alto de la escalera gritó aterrorizada al ver el cuerpo caer sobre
la cabina de un camión refrigerador; el chofer del camión repartidor escuchó el
fuerte golpe sobre su cabeza, luego el rebotar con el frente de la caja. Frenó
poco a poco debido al peso de la mercancía que transportaba, lo que lo llevó a
detenerse unos veinte metros adelante, al tiempo que vio pasar frente al
parabrisas el cuerpo del hombre que cayó al pavimento pesadamente cuando se
detuvo.
La anciana que
había gritado, bajó con una mano metida en la bolsa de su delantal, donde el
sudor mojaba terriblemente a unos cuantos billetes arrugados. Pese a los
grandes dolores en sus rodillas y otras dolencias físicas siguió avanzando
lentamente hasta llegar a la bola de curiosos que rodeaban al hombre caído;
terriblemente impresionada vio cómo se acercaba un policía para retirar a los
morbosos y así dejar campo libre al accidentado.
-
¡Abuelita,
por favor no se acerque! ¡Retírese, sólo es un accidentado!.
-
¡Por favor, sr.
policía!… ¡Es mi hijo!
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