viernes, 5 de agosto de 2016

BILLETES



 Por Eduardo Urbán 

La escalera por la que bajara casi a tientas desaparecía bajo sus pies, ya que en su cabeza todo era confusión: ruidos extraños, gritos, luces deslumbrantes. Las escenas se sucedían sin poder discernir qué era real.

Por momentos un frío terrible lo inmovilizaba haciéndolo temblar como si convulsionara, así que con trabajos llegó al pie de la derruida escalera de la vieja y deteriorada vecindad en la que vivía. Los vecinos con los que se encontraba se hacían a un lado, lo que atribuía a su gran estatura que lo hacía impresionante. Tal hecho era para él irrelevante, pues sólo pensaba en cruzar la avenida por el puente peatonal elevado, llegar a la esquina y caminar media cuadra para encontrar al Marranilla, quien le daría la dosis que lo haría sentirse inmejorable.

A su mente llegó una escena que parecía acababa de suceder: él exigiendo dinero a su madre, ella negándoselo. Siguieron gritos, golpes, patadas, todo se confundía con música estridente, luces brillantes y multicolores; el salir de la vivienda y El Marranilla esperando con su dotación.
Hoy será un buen día, nada se interpondría, no como aquella vez que lo detuvieron para llevarlo a una clínica de rehabilitación, de la que escapó a medio programa.

Dobló en la esquina para lentamente avanzar soportando la tembladera por el frío, los constantes dolores de cabeza y la depresión que le hace recordar la escena de gritos, golpes, patadas, el robo de ahorros en la casa y al Marranilla que lo estaría esperando. Llegó a la avenida con dificultad, luego al puente peatonal. Nuevamente las personas con que se encontraba lo evadían o de plano huían para alejarse.

Se revisó y sí, estaba vestido, no como otras veces. Traía zapatos y a esa maldita depresión acompañada de la temblorina e imágenes raudas y deslumbrantes; los recuerdos de los aparentes golpes y  patadas lo hacían llorar constantemente.

Al encontrarse sobre el puente más allá de la mitad de la avenida, todo se le juntó, al darse cuenta de que sólo traía unos cuantos billetes que no cubrían lo que el Marranilla exigiría; dio traspiés y cuando quiso asirse al barandal sólo vio sus manos pasar de largo hacia el vacío.

Una anciana que llegaba a lo alto de la escalera gritó aterrorizada al ver el cuerpo caer sobre la cabina de un camión refrigerador; el chofer del camión repartidor escuchó el fuerte golpe sobre su cabeza, luego el rebotar con el frente de la caja. Frenó poco a poco debido al peso de la mercancía que transportaba, lo que lo llevó a detenerse unos veinte metros adelante, al tiempo que vio pasar frente al parabrisas el cuerpo del hombre que cayó al pavimento pesadamente cuando se detuvo.

La anciana que había gritado, bajó con una mano metida en la bolsa de su delantal, donde el sudor mojaba terriblemente a unos cuantos billetes arrugados. Pese a los grandes dolores en sus rodillas y otras dolencias físicas siguió avanzando lentamente hasta llegar a la bola de curiosos que rodeaban al hombre caído; terriblemente impresionada vio cómo se acercaba un policía para retirar a los morbosos y así dejar campo libre al accidentado.

-       ¡Abuelita,  por favor no se acerque! ¡Retírese, sólo es un accidentado!.

-       ¡Por favor, sr.  policía!… ¡Es mi hijo!

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