La zorra corrió un poco al sentirse perseguida, pero luego se detenía y volteaba hacia nosotros, como queriendo que la siguiéramos a través de ese bosque.
Era juguetona: nos llevaba por campos de flores, al lado de lagos y ríos, hasta que al final llegamos a la base de una montaña grande -no, grande no, inmensa- que parecía vernos desde lo alto y nos invitaba a escalarla o incluso a entrar en ella a penetrar sus misterios.
A lo alto de la montaña había un cielo grisáceo con muchas nubes en su punta. Parecía temible, pero más que nada, era fuerza y misterio lo que transmitía.
Shraddha Ishaya
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